Si viajáramos a la raíz etimológica de la palabra antología encontraríamos que refiere a flores escogidas, selección de flores o florilegio, es decir, a una colección de piezas elegidas entre muchas. No fue ese el criterio de esta edición ya que se partió de la idea de que quien quisiera publicar sus poemas pudiera hacerlo con tal que demostrara un mínimo de filiación paquidérmica. Tal vez le vendría mejor el término muestra de poesía. Y si una antología es siempre arbitraria, una muestra lo es aún más: son quince los artistas que, con trayectorias diversas, variedad de registros e intereses temáticos disímiles, integran este mosaico poético. Dicho esto, podemos seguir llamándola antología por razones de comodidad y hasta de belleza sonora. El proceso de selección de los textos fue elaborado por los propios autores y la corrección se realizó consultándolos cada vez que se hizo necesario. Todo ello con los desafíos que implica la corrección de poesía cuando los autores echan mano a las licencias poéticas y cuando bien sabemos que desde la llegada de las vanguardias se ha intentado romper con las imposiciones rígidas de la gramática, por ejemplo, haciendo también que el ritmo poético se vuelva más “interior” y subjetivo. La misma felicidad que experimenta el poeta cuando da a luz una imagen poética es la que siente el lector que, como un fantasma de aquél, se proyecta en éste, lo persigue (aunque la imagen aluda al drama más terrible de todos: el de la propia muerte, por ejemplo). Solo esperamos que en la lectura encuentren esa proyección y se hermanen en la felicidad del descubrimiento poético, en la dermis paquidérmica de los quince elefantes que se columpian en las siguientes páginas.